martes, 12 de enero de 2016

Tan enfímera

Recuerdo la impotencia que le daba al sentir que los demás no comprendieran que crecer es solo una forma de desintegrarse mas rápido.
Y que la meta a la que aspiras es solo el cúmulo de decisiones que crees que debes tomar para volver a sentirte como cuando creías que el agua del mar era azul.
También me acuerdo que dos días antes de morir
me escribió una carta diciéndome que si alguna vez la volvía a ver,
tan solo sería un reflejo. Que coexista con la triste idea de que ella no lo volvería a hacer.

Yo entonces seguía raspandome las rodillas y odiando las visitas al dentista.
No fue hasta muchos años después que comprendí su letra difusa. Debió de haber llorado un río para que la tinta se corriese de aquella manera, tan extrema, tan cruel.

A veces, la veía caminar en forma de promesa. La oía como un susurro vagando entre conversaciones insignificantes, que hablaban de prisa e hipótecas. Y me quedaba escuchando aquel sonido hasta que se disipaba. Era amante de lo vulnerable. Susceptible a los cambios de estación. Solía coleccionar pedacitos de corazones rotos por si alguna vez alguien reclamaba su trozo. Por si encontraba un cartel de se busca, con restos de sangre y pegamento.
Buscaba a alguien que pulsara su botón de reinicio, porque ella sola no sabía cómo funcionar. Y por las noches, se colaba por las ventanas de los que se juraban amor eterno.

A veces, cuando la luna está llena me parece verla reflejándose en el mar, bañándose desnuda, tirándose en la arena, como cuando creíamos que el océano era azul.
Y solo entonces, recuerdo con qué bonito nombre firmó aquella carta.

Cuando visites su tumba, no te olvides de leerla,
y recuerda, que en su epitafio pone
"aquí yace la ilusión".


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