martes, 5 de agosto de 2014

     Y curiosamente, aquella mañana se coló por las rejillas de mi persiana el mismo color anaranjado de la primera vez que estuve a centímetros de su boca, pero esta vez no estaba en sus ojos ni estaba su olor. Esa mañana no desperté en el calor de su colchón y el frio áspero de sus pies, no estaban sus brazos ni su entrecortada respiración; no había mas que una papelera llena de letras que nunca te dije y un poco de insomnio cortando el aire.

 Qué típico.
 Que estúpida.

     Me levanté a llenarme la taza de algo que no me supiera a rutina y me puse a pensar en lo que había estado evitando, y es que no estábamos hechos de un material que encajara pero desprendíamos mas energía que una estrella antes de apagarse.

 Ahora las quemaduras me arden tanto si me alejo como si me acerco a ti, y joder, que desesperante esto de volver a hablar de precipicios y de que si tristeza y de que si poesía autodestructiva antes de volver a caer en la espiral del sueño. He pensado en cortarme los párpados para que no vuelvan a pesarme como tu ausencia, la ausencia de tus dedos haciendo volteretas por los lunares de mi espalda y la ausencia de la puta palabra ausencia que me cala hasta los huesos cuando tengo cena para dos y hambre para ninguno. 

   Y ahora tenía que ser el momento de darme cuenta que cuando pierdes a quien te da la libertad, vives toda tu vida con la lengua llena de remordimientos…y las manos vacías.

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